Por Jimena Toro Torres
Durante décadas, proteger a los niños ha sido una promesa de que muchos gobiernos repiten, pero pocos cumplen. Hoy, el Valle del Cauca está demostrando que es posible hacer un modelo de atención integral para nuestros hijos, desde el amor, la dignidad y la acción pública, evidenciando que una política pública diseñada desde el corazón puede convertirse en una estrategia sólida, transformadora y sostenible.
Recientemente estuve en la inauguración de la unidad de cuidados intensivos pediátricos ‘Ana Frank’ en el Hospital Universitario del Valle, verificando que esto no es solo un trabajo de infraestructura médica; Es una clara señal de compromiso ético y social. En medio de una crisis profunda en el sector de la salud, el Gobierno del Valle, junto con el hospital y la comunidad de mujeres hebreas, logró elevar un espacio equipado con tecnología de costo de corte y entornos humanizados, donde la infancia recibe no solo atención médica especializada, sino también el calor de un entorno diseñado con el corazón. Esta es una unidad que salva vidas y devoluciones de esperanza a familias enteras del suroeste colombiano.
Pero el compromiso con la infancia no es nuevo. Desde 2016, en el Hospital Universitario del Valle, comenzamos días culturales, artísticos y de lectura, actividades que buscaban curar del alma a los niños pero también a sus cuidadores, allí logramos transformar las salas clínicas en escenarios de imaginación, comodidad y aprendizaje. Lo que comenzó como una actividad voluntaria llena de humanidad, hoy es una ordenanza departamental que garantiza un apoyo pedagógico especial para que los niños hospitalizados no interrumpan su proceso educativo mientras enfrentan tratamientos médicos. Una muestra de cómo la cultura, la educación y la salud pueden caminar juntos al servicio de la vida.
Pero este compromiso con niños y niñas ha continuado avanzando, con la creación de infracianos, otra expresión de sensibilidad social. Estos jardines nocturnos presentan a los hijos e hijas de madres y padres que trabajan en horarios no convencionales, lo que permite a las familias mantenerse sin protección contra sus hijos. Estos espacios brindan cuidados integrales con el enfoque de derechos y son una respuesta específica a una necesidad invisible durante años.
Otro compromiso con la infancia son las escuelas culturales, que llegan a los vecindarios del área rural y urbana, entendiendo que, a través del poder transformador del arte y la cultura, se fomenta una coexistencia saludable.
En el Valle del Cauca, el cuidado de la infancia no es solo asistir a sus necesidades médicas o escolares, sino garantizar su bien emocional, social y familiar, incluso en los momentos más difíciles.
En momentos en que muchas veces las noticias gira en torno al caos y el olvido, vale la pena reconocer que hay territorios y líderes que creen en la ternura como un acto político y en la protección de la infancia como un eje de desarrollo social. Hoy, el Valle del Cauca se eleva como un lugar donde los niños no solo son prioridad, sino que también viven la esperanza de un futuro mejor.





