Una intervención policial ha suscitado una profunda controversia en la comunidad, donde seis de sus miembros fueron llevados por las autoridades, todo en el contexto de una protesta ambiental que ha perdurado por más de 115 días en Socha. Este hecho representa un culminante acto de resistencia por parte de los ciudadanos que buscan proteger el Páramo, un ecosistema esencial, del que dependen muchas fuentes de agua de la región.
El precio de resistir para el agua
La comunidad ha interpretado este evento como una clara manifestación de resistencia; por otro lado, la oficina del alcalde lo ha calificado como una operación totalmente legal. El pasado 8 de mayo, el sitio conocido como El mortículo se convirtió en el escenario de un intenso enfrentamiento entre lo que representa la Legalidad institucional y la Legitimidad ambiental. Este conflicto ha llevado a que más de tres meses de protesta culminen en la intervención de la fuerza pública, lo que ha dejado a seis personas detenidas y un territorio profundamente fracturado.
Los manifestantes, organizados bajo el colectivo Resistencia y lucha por el agua, han declarado que su intención jamás fue atacar la labor de aquellos en la minería, sino más bien Proteger el Páramo y las fuentes de agua que son vitales para el municipio. «Contamos con más de 200 bocaminas ilegales en nuestra región. El alcalde tenía órdenes judiciales para cerrarlos antes del 30 de abril, y hasta la fecha, ha hecho caso omiso a ello«, denunció Liliana Castellanos, una destacada líder ambiental.
La versión oficial: tablas, decretos y legalidad
Desde su parte, el alcalde Oscar Hurtado defendió sus acciones, alegando que se llevaron a cabo más de siete mesas de diálogo con la participación de la oficina del Fiscal General, el Defensor del Pueblo, el Anm y Corpoboyacá. Argumentó que la intervención fue el resultado de que el proceso del decreto 003 se agotó tras haberse intentando buscar soluciones y que cada ciudadano que se sintió afectado tenía la opción de presentar una queja formal. Sin embargo, la comunidad se mantiene firme en su creencia de que estos espacios de diálogo eran meramente «Protocolos vacíos» y sostienen que la voz de quienes defienden el agua no fue jamás considerada. Además, mencionó que un grupo de aproximadamente 60 manifestantes impidió que el personal ingresara a «Carbon El Alizal».
Policía: sin deshacer ni gases
Por su parte, la Policía de Boyacá insiste en que el Esmad no fue utilizado, ni se emplearon gases lacrimógenos ni métodos de resistencia extrema. Indican que el DMA (dispositivo mínimo de atención) fue implementado para retirar a los manifestantes de la zona. Las seis personas detenidas fueron sancionadas por faltas de respeto a la autoridad y por estar en posesión de elementos de choque como machetes, aunque no enfrentaron cargos formales.
A pesar de estas afirmaciones, la comunidad sostiene que se hizo uso de una fuerza desproporcionada. «Traen a mujeres, hombres e incluso a un adulto mayor tratándolos como si fueran criminales. ¿Cuál es su delito? Defender el agua«, agregó Castellanos, haciendo referencia a las acciones policiales del 8 de mayo.
Una mina varada y un conflicto que se estanca
Mientras la mina permanece cerrada y el conflicto se estanca entre reuniones fallidas y reclamos ciudadanos, la tensión en Socha continúa creciendo. La administración se defiende afirmando que sus acciones están dentro del marco de la ley, mientras que la comunidad reafirma que su lucha es legítima, pacífica y absolutamente justa.
«Traen campesinos esposados como si fueran criminales. El único delito era defender el agua», dijo Liliana Castellanos, líder de la causa ambiental en Mortiño, tras la operación del 8 de mayo.
¿Y el diálogo, para cuándo?
Las raíces del problema no solo abarcan el ámbito ambiental, sino que también involucran aspectos sociales y políticos. La operación realizada expone una desconexión profunda entre las acciones institucionales, las necesidades de la comunidad y la falta de un acuerdo tangible. Aunque desde la administración se repite que todo ha sido ejecutado de manera legal, la comunidad se pregunta: ¿De qué sirve el diálogo si no se escucha la voz de la gente afectada?