El cielo se presentaba despejado y las temperaturas en las calles estaban por encima de lo usual para esta época del año. Sin embargo, el ambiente en los pasillos de discusión era completamente distinto. «Parece como si hubiera una nube muy oscura sobre nosotros», afirmó uno de los asistentes a las reuniones de primavera del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington.
El evento reunió delegados de 191 países que pertenecen a estas organizaciones, y se llevó a cabo apenas tres semanas después del «día de liberación» que tuvo lugar el 2 de abril, cuando Donald Trump anunció un aumento en las tarifas comerciales para los socios de Estados Unidos.
Desde esa declaración, el panorama en los mercados ha sido bastante inestable. Las principales bolsas de valores sufrieron caídas iniciales importantes, que fueron seguidas de fluctuaciones constantes, dependiendo de las noticias relevantes que emergían continuamente. Las pérdidas acumuladas han ascendido a miles de millones de dólares, un impacto significativo en el valor de las acciones.
Simultáneamente, las cotizaciones de los productos básicos reflejan una combinación de pesimismo e incertidumbre. El petróleo se mantiene por debajo de los $ 70 por barril, lo que indica una percepción de demanda global más débil, mientras que el precio del oro, considerado un refugio seguro en tiempos de crisis, alcanzó un nuevo récord de $ 3,500 el pasado martes.
Aunque en los días posteriores se notó cierta calma, el peligro de caer en una recesión aún se siente inminente. La inestabilidad económica ya está comenzando a impactar negativamente en la economía global.
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Cambiar escenarios
Desde el inicio de 2025, las cosas han mostrado un cambio significativo. Esto es evidente al observar las proyecciones más recientes del FMI. El nuevo pronóstico de crecimiento para este año se ha ajustado al 2.8 por ciento, medio punto porcentual por debajo de lo previamente señalado en enero.
Este ajuste se aplica a diversas naciones, aunque su impacto será más severo en determinadas áreas. En Estados Unidos, se ha recortado el crecimiento en 0.9 puntos porcentuales, lo que pone en evidencia que las promesas de la Casa Blanca relacionadas con el crecimiento económico han estado lejos de reflejar la realidad actual.
Muchos analistas consideran que incluso esta revisión es demasiado optimista. Varias entidades advierten sobre la inminente recesión en el país, impulsada por problemas en la cadena de suministro, mayores costos de importación y un colapso en la confianza del consumidor, que no se traduce en precios más bajos.
La inflación ha continuado aumentando, y varios expertos estiman que podría alcanzar hasta un 5 por ciento en los próximos seis meses, el doble de lo que algunos había anticipado. En este contexto, existe una baja probabilidad de que la Reserva Federal reduzca su tasa de interés, lo cual sería una mala noticia para aquellos que buscan alivio en sus préstamos.
No sorprende que en Washington haya quienes piensan que el FMI ha suavizado su diagnóstico para no provocar la ira de Trump. Se ha mencionado que ciertos grupos de pensamiento de derecha, como la Fundación Heritage, han planteado la posibilidad de que Estados Unidos se retire de la agencia.
Pese a que el Secretario de Estado estadounidense, Scott, rechazó esta idea, las críticas a la gestión del FMI persisten. Según declaraciones de su portavoz, el FMI «se ha desviado de su misión» al «dedicar demasiado tiempo y recursos a problemas como el cambio climático y temas sociales».
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Lo cierto es que la situación económica global es seria. Esto se debe, en gran parte, a la guerra comercial provocada por las tarifas impuestas por Estados Unidos, que están en niveles no vistos en más de un siglo, y las reacciones en cadena correspondientes de otros países.
Para quienes intentan encontrar paralelismos con el pasado, el FMI enfatiza que el contexto actual es muy distinto. «A diferencia del siglo pasado, la economía mundial ahora se caracteriza por un alto grado de integración económica y financiera, donde las cadenas de suministro y los flujos de capital son globales, lo que, de ser desmantelados, convertiría en una fuente significativa de inestabilidad», se menciona en su informe.
En este contexto, no es de extrañar que se proyecte que las tensiones comerciales se mantendrán en suspenso durante al menos tres meses. La administración de la República confía en que en este plazo se alcancen acuerdos bilaterales con varios países, mientras que hay señales reconciliadoras en China que podrían llevar a un entendimiento entre estas dos potencias.
No obstante, incluso si los aranceles regresan a los niveles anteriores a enero, el daño económico podría ser irreversible. Lo que más preocupa es la pérdida de confianza en la palabra de Estados Unidos, un aspecto clave que impacta en las relaciones comerciales, de inversión y diplomáticas construidas durante años.
Este cambio en la percepción puede llevar a redefinir la forma en que los países interactúan en el futuro. La sensación de que el clima de colaboración ha sido sustituido, podría continuar actuando como un lastre sobre las economías globales en el futuro.
Dentro de las posibles consecuencias del nuevo orden mundial, se plantea una reevaluación del dólar estadounidense como la principal moneda de reserva mundial. Muchas cosas podrían ocurrir, pero incluso sin considerar los escenarios más extremos, nadie —más allá de Trump, quien se describe como un genio estratégico— se atreve a pensar que se avecinan tiempos mejores.
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Consejo
Es complejo prever dónde o cuándo se desatarán las peores tormentas, pero con la temporada de huracanes a la vista, es lógico prepararse. El FMI subraya que los países «deben implementar medidas en políticas internas para abordar desequilibrios estructurales que aseguren la estabilidad de sus economías.»
Adicionalmente, señala que «la recuperación del espacio fiscal y el establecimiento de políticas que lleven la deuda pública a un camino sostenible es de suma importancia». La preocupación del FMI radica en que el entorno internacional difícil afecta tanto las obligaciones públicas como las privadas.
Será importante observar cómo se perciben estos enfoques por parte de la delegación colombiana que asistió a la reunión en Washington, liderada por el Ministro de Finanzas, Germán Ávila. Se ha informado que mantuvo reuniones con funcionarios del Banco Mundial y de la Corporación Financiera Internacional antes de su regreso a Bogotá el jueves, cuando aún estaban en marcha reuniones formales.
Aquellos que han seguido estos eventos saben que es crucial establecer un diálogo directo con el FMI, donde la relación no ha sido tan fluida en tiempos recientes. La razón se debe a que, a diferencia de ocasiones anteriores, existen dudas persistentes que no se están solucionando de forma satisfactoria.
En la actualidad, Colombia está sujeta a la consulta anual del artículo IV del FMI. Este proceso incluye a técnicos de la entidad que realizan un examen de la realidad macroeconómica, recopilan datos e interactúan con las autoridades.
Después de este proceso de evaluación, los expertos elaboran un informe que incluye diversas recomendaciones de políticas, que generalmente se presentan entre marzo y abril. El documento final es entregado a la Junta Ejecutiva del FMI, que lo examina y emite sus observaciones, generalmente en mayo.
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Sin embargo, en esta ocasión, el cronograma ha experimentado un cambio. El viernes 18, el FMI anunció que publicará un reporte acerca de dos visitas recientes de su personal especializado a Bogotá.
Aparte de los apreciós iniciales sobre la mejora fiscal y la velocidad de la inflación, el informe confirma que «el déficit fiscal y la deuda pública han aumentado más de lo esperado». El documento reconoce el esfuerzo por reducir el déficit fiscal voluminoso y aclara que «los líderes están trabajando en políticas que mejorarán los ingresos fiscales y ajustarán el gasto».
El tono del informe, aunque positivo, invita a leer entre líneas. Especialistas en estos temas insisten en que al final de dicha comunicación, se indicará que «las consultas del artículo IV continuarán.»
Esto implica que el diálogo no está cerrado y que las incertidumbres todavía permanecen, lo que podría demorar más tiempo de lo habitual. Aunque a primera vista esta situación podría no parecer alarmante, vale mencionar que Colombia está actualmente en proceso de pagar una línea de crédito flexible otorgada por el FMI, la cual fue utilizada a raíz de la pandemia.
Esto enfatiza la necesidad de mantener una buena relación con el Fondo, ya que se excluye la posibilidad de recibir ciertos recursos sin sufrir un examen crítico, a diferencia de naciones como Argentina.
Más que un simple mecanismo preaprobado, esta flexibilidad se traduce en una carta de presentación que refuerza la confianza hacia la economía colombiana. Este respaldo es fundamental a la hora de solicitar préstamos o atraer inversiones, demostrando que, a pesar de las dificultades, la administración se mantiene responsable.
En teoría, la buena calificación otorgada en el último año se mantendrá hasta 2026, siendo evaluada en ese entonces. El riesgo radica en que si no se cumplen los estándares fijados, se podría perder esta calificación, con lo que se incrementaría la percepción de riesgo en los mercados financieros.
En los últimos días, el Ministerio de Finanzas subrayó la colocación de dos emisiones de bonos en los mercados internacionales, una a cinco años y otra a diez, cada una por $1.900 millones, con tasas de interés de 7.5% y 8.75% por año, respectivamente.
Para ponerlo en perspectiva, el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) ha emitido bonos a diez años a un interés del 5%, mientras que Perú logró colocar bonos a 2035 con una rentabilidad del 6.45% anual. Esto significa que los intereses que Colombia tiene que pagar son 50% más altos que los de la CAF y 36% más altos que los de sus vecinos del sur.
Es importante señalar que estos márgenes de interés no disminuirán a menos que el gobierno de Petro implemente una estrategia creíble para estabilizar sus cuentas. ¿Qué costo tendrá esta resistencia como la que mostró el exministro Diego Guarín? La viabilidad para resolver esta situación parece escasa.
En resumen, el riesgo de invertir en un ciclo vicioso de deuda pública y privada debe ser considerado. Esto es aún más alarmante en el actual entorno hostil, donde la prudencia es esencial. Por lo tanto, es crucial que se tomen decisiones acertadas para evitar jugar con fuego; no sería un error trivial, sino una clara irresponsabilidad.
Ricardo Ávila Pinto
Especial para el tiempo
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